CERTIDUMBRES
La pintura, como el Tarot, tiene muchos rostros. Y detrás de esos rostros hay siempre un yo, el del pintor, el de la pintora que nos ofrece su obra como un amuleto, como una forma de romper la monotonía, como un sonido más allá de los límites.
La pintura es un juego, una apuesta, lo difícil, las islas encantadas, un monólogo y la búsqueda abierta, la búsqueda más allá del cansancio, del inicio, del humo. La pintura también es, a veces, horas malgastadas, horas donde uno intenta explicarse, horas en las que el silencio es quien dibuja, horas que tienen algo de refugio necesario.
Hay pintores que saben todo lo anterior. Y saben que un cuadro se construye, es un trayecto desde el vacío, un trayecto para hacer legible lo que uno pretende, un trayecto sin el cual resulta inútil preparar otros trayectos. Asun Valet lo sabe.
Y Asun Valet ha regresado. Y lo hace consciente de su rostro, de su pintura, de sus recuerdos, de sus mensajes cifrados. Y lo hace dando continuidad, con esta exposici-on, a una muestra suya que pudimos ver hace poco tiempo en las salas de exposiciones del Centro de la UNED en Calatayud. Y lo hace mostrando su abstracción, su empeño, su intimidad; esa abstracción en la que introduce, como algo inexcusable, unas formas geométricas que se convierten en fragmentos necesarios, fragmentos que van más allá que un merodeo, fragmentos que son un subrayado de la arquitectura (ahí está Pasarela magenta, su mejor lienzo aquí), fragmentos que confieren a esta obra un perfil sin el que esa abstracción quedaría incompleta, perdería intensidad, certezas y evocación.
Me resulta curioso que una artista que trabaja, como ya he dicho la abstracción desde un convencimiento pleno, rinda un homenaje tan evidente a la arquitectura. Porque en su obra aparece Mies van der Rohe con su casa Farnsworth, un proyecto que no envejece, al revés, un ejemplo claro de elegancia angular, de belleza, donde lo sencillo es lo rotundo, lo que más ilumina; y aparece Tadao Ando, ese arquitecto japonés nacido en Osaka, ese arquitecto que fue boxeador y al que también le interesa lo abstracto, el misterio y la pureza. y aparecen, entre otros, Kengo Kuma o Albert Viaplana. Pero lo abstracto tiene también sus códigos, su centro de gravedad, incluso su mestizaje. Porque la esencia, precisamente, consiste en una definición que el artista persigue.
Me resulta llamativo que en la obra de Asun Valet existan elementos zen, haikus apuntados ( lo evidente no le interesa al haiku, que nace del silencio), contrastes conceptuales y un cromatismo plural, desencorsetado ante el uso de la figuración, un cromatismo que convive con técnicas textiles, con un cosido que esta autora incorpora en alguna de sus telas como un rasguño curado, un rasguño que ya no lo es. Porque en un lienzo cabe todo, incluso las palabras no escritas. Pero dentro de muchos lienzos existen un viaje y una maleta. Y en ésta se esconden un laberinto y se esconden los sueños que nos hacen diferentes.
Siempre se pregunta uno, al contemplar una obra artística, por las antesalas de su autor, por sus afanes, si la pintura es una puerta de emergencia o el mapa que nos conducirá hasta el cofre enterrado en el que habrá otro mapa. Uno se pregunta por qué la vida tiene mucho de trampa, por qué la verdad es necesaria, por qué es preciso asomarse a las interrogaciones. Hay respuestas difíciles. Pero no cabe duda que la pintura es una indagación, un sello en un sobre y un intercambio. La pintura también es un monólogo que muchos escuchamos cuando la obra se expone. Sucede aquí, ahora. Sucede con Asun Valet. Sucede en su espacio de abstracción.
Fernando Sanmartín, 2009.
La pintura, como el Tarot, tiene muchos rostros. Y detrás de esos rostros hay siempre un yo, el del pintor, el de la pintora que nos ofrece su obra como un amuleto, como una forma de romper la monotonía, como un sonido más allá de los límites.
La pintura es un juego, una apuesta, lo difícil, las islas encantadas, un monólogo y la búsqueda abierta, la búsqueda más allá del cansancio, del inicio, del humo. La pintura también es, a veces, horas malgastadas, horas donde uno intenta explicarse, horas en las que el silencio es quien dibuja, horas que tienen algo de refugio necesario.
Hay pintores que saben todo lo anterior. Y saben que un cuadro se construye, es un trayecto desde el vacío, un trayecto para hacer legible lo que uno pretende, un trayecto sin el cual resulta inútil preparar otros trayectos. Asun Valet lo sabe.
Y Asun Valet ha regresado. Y lo hace consciente de su rostro, de su pintura, de sus recuerdos, de sus mensajes cifrados. Y lo hace dando continuidad, con esta exposici-on, a una muestra suya que pudimos ver hace poco tiempo en las salas de exposiciones del Centro de la UNED en Calatayud. Y lo hace mostrando su abstracción, su empeño, su intimidad; esa abstracción en la que introduce, como algo inexcusable, unas formas geométricas que se convierten en fragmentos necesarios, fragmentos que van más allá que un merodeo, fragmentos que son un subrayado de la arquitectura (ahí está Pasarela magenta, su mejor lienzo aquí), fragmentos que confieren a esta obra un perfil sin el que esa abstracción quedaría incompleta, perdería intensidad, certezas y evocación.
Me resulta curioso que una artista que trabaja, como ya he dicho la abstracción desde un convencimiento pleno, rinda un homenaje tan evidente a la arquitectura. Porque en su obra aparece Mies van der Rohe con su casa Farnsworth, un proyecto que no envejece, al revés, un ejemplo claro de elegancia angular, de belleza, donde lo sencillo es lo rotundo, lo que más ilumina; y aparece Tadao Ando, ese arquitecto japonés nacido en Osaka, ese arquitecto que fue boxeador y al que también le interesa lo abstracto, el misterio y la pureza. y aparecen, entre otros, Kengo Kuma o Albert Viaplana. Pero lo abstracto tiene también sus códigos, su centro de gravedad, incluso su mestizaje. Porque la esencia, precisamente, consiste en una definición que el artista persigue.
Me resulta llamativo que en la obra de Asun Valet existan elementos zen, haikus apuntados ( lo evidente no le interesa al haiku, que nace del silencio), contrastes conceptuales y un cromatismo plural, desencorsetado ante el uso de la figuración, un cromatismo que convive con técnicas textiles, con un cosido que esta autora incorpora en alguna de sus telas como un rasguño curado, un rasguño que ya no lo es. Porque en un lienzo cabe todo, incluso las palabras no escritas. Pero dentro de muchos lienzos existen un viaje y una maleta. Y en ésta se esconden un laberinto y se esconden los sueños que nos hacen diferentes.
Siempre se pregunta uno, al contemplar una obra artística, por las antesalas de su autor, por sus afanes, si la pintura es una puerta de emergencia o el mapa que nos conducirá hasta el cofre enterrado en el que habrá otro mapa. Uno se pregunta por qué la vida tiene mucho de trampa, por qué la verdad es necesaria, por qué es preciso asomarse a las interrogaciones. Hay respuestas difíciles. Pero no cabe duda que la pintura es una indagación, un sello en un sobre y un intercambio. La pintura también es un monólogo que muchos escuchamos cuando la obra se expone. Sucede aquí, ahora. Sucede con Asun Valet. Sucede en su espacio de abstracción.
Fernando Sanmartín, 2009.